viernes, 30 de enero de 2015

ACERCA DE LA NATURALEZA HUMANA Y LA CULTURA



En el modo constitutivo de ser del hombre -en su esencia o naturaleza- se da una apertura a lo cultural por la presencia de la racionalidad -inteligencia, libertad y apertura a la belleza-, de manera que la cultura viene a ser, por así decir, la culminación y perfeccionamiento de la naturaleza humana.

Por ello no es ninguna contradicción afirmar que la naturaleza humana, por ser racional, es “cultural”: Como el ser humano no nace especializado biológicamente para adaptarse a un medio propio, ha de adaptar su entorno a sí mismo, a sus expectativas, necesidades y proyectos, transformándolo. Y por medio de esta transformación el hombre puede “humanizar”, hacer habitable y perfeccionar el mundo, a la vez que cultivar su propia naturaleza, perfeccionándose y realizándose a sí mismo por medio de la educación, de la convivencia, del trabajo, del arte o de la virtud.

Además, es preciso entender la naturaleza y lo natural como el ámbito de perfeccionamiento que corresponde a cada cosa -y al ser humano- según su modo de ser. Y, por lo mismo, “antinatural” sería lo que atenta contra su perfeccionamiento propio, lo que lo violenta o corrompe. Por ejemplo, es natural, para el ser humano, que haga uso de su razón cultivando el saber, y de su sensibilidad hacia la belleza admirando un paisaje o escuchando una hermosa canción o una sinfonía. Por el contrario, sería antinatural utilizar al ser humano como animal de carga u objeto de explotación económica (esclavitud). Lo mismo que sería antinatural para un vaso utilizarlo como martillo -como lo que no es-: se clavaría peor el clavo y seguramente el vaso acabaría por quebrarse.

¿SER O HACERSE?



El ser humano se va “construyendo a sí mismo”, en cierto modo, a partir de su naturaleza, de su modo constitutivo de ser: tiene que contar con ella. No puede “crecer” como pájaro ni como encina. No es esa su naturaleza. Sólo puede crecer como ser humano, y tiene que hacerlo además, ya que su naturaleza, aunque le da unas pautas importantes, deja un espacio libre a la autodeterminación, a la relación con los demás, a la educación, a las experiencias de la vida…

Alguien ha dicho que el hombre y la mujer ‘no nacen, se hacen’… Pero el ser humano no puede hacerse a sí mismo de la nada. Entre otras cosas porque “de la nada, nada sale”. Aunque su naturaleza es libre y abierta, es la naturaleza de un ser humano, y tiene que contar con ella, apoyarse en ella, desarrollarla. La naturaleza humana es un don originario, pero es también una tarea y una caja de sorpresas. Marca a cada uno un criterio de crecimiento adecuado: el ser humano es “más plenamente humano” cuando -a partir de su naturaleza inacabada pero potencialmente cuajada de prodigios- desarrolla sus capacidades, cuando ejerce su libertad de manera constructiva, cuando es capaz de aportar al mundo su sello personal, su pensamiento y su sensibilidad, embelleciéndolo y perfeccionándolo, entrando en relación de amistad, de amor de servicio y de colaboración con otros seres humanos…

Pero el éxito en esta aventura no está garantizado de antemano. Por eso para el ser humano vivir es siempre un riesgo, una aventura moral. Es la cara y la cruz de su libertad. Es responsabilidad de cada hombre, de cada mujer, hacer del ejercicio de su libertad una aportación de más y mejor humanidad -calidad humana- a los demás y a sí mismo, o a sí misma: descubrir la verdad y comunicarla (conocimiento, ciencia, saber…), amar el bien y transmitirlo (servicio, amabilidad, convivencia, compromiso y ayuda voluntaria…), aportar belleza al mundo (arte, alegría, amor, generosidad…), aprender a dar y a recibir de los demás, caminar hacia metas de sentido, hacer tangible y ‘abrazable’ en lo posible una felicidad que sin embargo nos impulsa más allá de nosotros mismos… Vivir. Cultivar, cuidar, elevar al propio ser hacia lo mejor de sí. A.J.




miércoles, 28 de enero de 2015

APRENDIZAJE VICARIO: LA IMPORTANCIA EDUCATIVA DE LOS MODELOS


 Llamamos “aprendizaje vicario” a la adquisición de conductas por medio de la observación.
            
Albert Bandura se refiere, entre otras, a esta modalidad de aprendizaje consistente en aprender observando a los otros. Por el solo hecho de ver lo que otros hacen y las consecuencias que se siguen de su comportamiento, se aprende a repetir o evitar esa conducta.


No todo el aprendizaje se logra experimentando personalmente las acciones. En el aprendizaje vicario el refuerzo se basa en procesos imitativos cognitivos del sujeto que aprende con el modelo. En los primeros años, los padres y educadores serán normalmente los modelos básicos a imitar.

Bandura también dice que al ver las consecuencias positivas o negativas de las acciones de otras personas, las apreciamos y asumimos como si fueran nuestra propia experiencia en otras circunstancias. Son muchos los ejemplos de cómo los niños observan e imitan a sus padres y aprenden de lo que les sucede a sus hermanos, cuando éstos son regañados o premiados, y entonces rigen su actuación de acuerdo con sus observaciones.


Así se aprenden los valores y las normas sociales y se educa emocionalmente: cómo manejar los impulsos agresivos, cómo prestar y compartir las cosas, cómo tratar con respeto a otros, como vencer y superar un apetito desordenado… por mencionar sólo unos ejemplos. Estos procesos se dan toda la vida.

Evidentemente, en este marco se incluye la huella que pueden dejar en los niños y jóvenes narraciones, películas, series, anuncios publicitarios, noticias, cuentos, lecturas, videojuegos, etc. Y no está de más  comprobar en qué gran medida influyen en muchas personas adultas (¿?) fenómenos televisivos como los reality show.

sábado, 24 de enero de 2015

CONSUMISMO Y ETERNIDAD, UNA REFLEXIÓN DE SUSANNA TAMARO

    "El ser humano, desde que tiene conciencia de sí mismo, se ha fijado siempre en esa parte inescrutable que nos rodea, precisamente aquella que nos hace sentir el aliento de la eternidad.

    Pero si nuestra existencia se ve abocada a una vida de consumo permanente, de compras y recompras, en lo que viene a ser un bulimia incontrolable e incontrolada, no es de extrañar que acabemos sintiendo que también nosotros somos monedas de cambio, puros objetos, intercambiables unos por otros tan pronto como dejamos de ser eficientes. Si todo termina sumido en una espiral consumista, sin lugar alguno para una noción más elevada y compleja de la vida, ¿cómo va a ser capaz de encontrar el núcleo de su identidad una muchacha sensible y llena de dudas?"


(Del artículo "Saturno devorando a sus hijos", en mujerhoy, 24 enero 2015)


viernes, 9 de enero de 2015

¿ATENTADO CONTRA...?


        Me permito transcribir un post de Fernando Jiménez González en Facebook, del día 7 de enero, que me parece muy ponderado y preciso, y que comparto plenamente.

       "Se equivocan completamente los que dicen, como el desnortado Hollande, que el atentado contra "Charlie Hebdo" es un atentado contra la "libertad de expresión". Este es un valor relativo respecto a la dignidad de la persona y no puede amparar nunca el insulto y la discriminación contra ninguna comunidad religiosa o étnica -hay que reconocer que algunas de las viñetas de la publicación sobre Mahoma son, sencillamente, repugnantes-.

         Lo que no es relativo y lo que sí es sagrado es el valor de la vida humana. El de hoy, como todos, es un atentado contra la dignidad de la vida humana, pues ningún exceso, crítica ni burla, justifica destruir una vida humana. Por eso el atentado es repugnante y no por otra cosa.

         Pero los exponentes del Occidente pseudoprogresista y bienpensante no lo reconocerán y seguirán insistiendo en que es un "atentado contra la libertad de expresión", algo mucho más importante para los ideólogos políticos occidentales que el valor absoluto de la vida humana, relativizada según criterios de burdo utilitarismo."

Fernando Jiménez González 










jueves, 8 de enero de 2015

LA CRISIS -DE FONDO- QUE PERDURA



      La crisis que aún perdura en economía y en política, y lo que nos queda -ya siento decirlo-, es consecuencia de algo que viene de antes, de cuando se pensaba que estamos en este mundo para enriquecernos y pronto, para disfrutar y “pasarlo bien”, sin sufrimiento. Bueno, tal vez no debiera haber empleado el pretérito, por imperfecto que sea: “se pensaba”… y se piensa.

      Hay, en efecto, un credo universal que se estableció como mentalidad dominante y que podemos tildar de utilitarismo y hedonismo. Es también lo que está en la entraña del consumismo: pensar que la felicidad se compra con dinero y que consiste en lograr de forma inmediata lo que se desea.

       Y así, cada uno en su registro, cantábamos a coro aquél dicho anglosajón de que “cada uno mire para sí y al último que se lo lleve el diablo”. La mentalidad liberal insistía desde el siglo XVIII en que si cada individuo buscaba su riqueza, una “mano invisible” (la expresión era de Adam Smith, que no se sabe muy bien si se refería a la Providencia o a las leyes del mercado, en el fondo le daba lo mismo) propiciaría la riqueza general. La canción tiene también su versión socialista, metiendo de por medio a las clases sociales, al curso de la historia, al “todo es política” y al Estado. Total, que a distintas voces la melodía de fondo no es muy diferente (suena algo así como: “Todos los paraísos están aquí abajo, atrapadlos”).

       Pero, al parecer, a la famosa “mano invisible” de la que hablaba Adam Smith le gusta jugar a los dados… o a algo peor. Entre otras cosas, porque en muchos casos la riqueza y el éxito de unos se logra a costa de los demás. Y el colmo es que el bienestar material por sí sólo tampoco parece llenar las ansias más hondas del corazón humano. Y de la vieja canción -que según parece es más antigua que los mismos anglosajones- al final se escucha siempre el eco: “¿por qué, Señor, que esto sólo no basta?”, como decía Blas de Otero.
Pero volvamos a “la crisis”. Aún más serio que el cierre de las empresas, la paralización de la construcción y del gasto público, es que la honestidad haya sido derrotada como valor social por el afán de riqueza. Y hay algo dramático en la codicia de bienestar material, y es ignorar dónde están los límites: Qué es lo que no se puede -no se debe- hacer. Porque al final pasa lo que cuenta Ortega del rey Francisco I de Francia. Como es sabido, era éste enemigo encarnizado de Carlos I de España, y las guerras entre ambas naciones eran el pan nuestro de cada día. Alguien preguntó al monarca galo cómo era posible que siendo primos hermanos los dos reyes, vivían con tanta discrepancia. A lo que el francés contestó: “-Es que en realidad estamos de acuerdo: los dos queremos Milán”.

       Así las cosas, si no se reconoce una instancia superior que establezca dónde está la diferencia entre el bien y el mal, y dónde acaba la libertad codiciosa de cada uno, se produce la “dictadura del relativismo” y con ella el camino más directo a la decadencia moral, en la que los peor parados son siempre los menos fuertes: el no nacido, el desfavorecido social y económicamente, el que no tiene preparación o trabajo, el que ya no se puede valer por sí mismo, sea enfermo o anciano… Y es que el que hace la norma hace la trampa, el que mueve los hilos de las ideologías reinantes desprecia a la persona, el que tiene los medios de comunicación y difusión manipula (“cocina”) datos, criterios, hechos y conciencias… El fin justifica los medios: atrevámonos a todo (con tal de que no nos pillen). Y es que el dinero y el poder son dioses sin entrañas.

       Es hora de pensar en una alternativa mejor (no podemos seguir con la misma historia).