lunes, 21 de noviembre de 2016

HACER FILOSOFÍA


            El día 17 de noviembre ha sido elegido por la UNESCO como el Día Mundial de la Filosofía. Es probable que a más de uno, si se le pregunta por un filósofo de actualidad, le venga a la cabeza eso tan repetido del “partido a partido”, y cite el nombre del Cholo Simeone. Y ciertamente, esta “filosofía” de uno de los entrenadores de moda se puede extender más allá de la competición deportiva y elevarse a categoría de comportamiento universal: Vivir el momento presente con los pies en el suelo, con esfuerzo y con constancia, con honestidad y con modestia no deja de ser un gran consejo.
            El ser humano o, si se quiere, todo hijo de vecino, hace muchas cosas a lo largo de su vida: trabaja, va al supermercado, forma una familia, participa en política o no, se enamora, pinta, escucha música, toma decisiones… Pues bien, muchos, cuando reflexionan racionalmente sobre estas actividades, se encuentran haciendo filosofía sin saberlo.
Recuerdo la pasión con la que un alumno me preguntaba hace poco por el reciente éxodo de refugiados que llegan a Europa en estos años recientes. Y que al ofrecerle algunas razones de tipo económico y político añadió:
-No, no. Eso es trivial. Lo que me pregunto es por qué el ser humano es capaz de algo así.
            Está bien que la educación al uso cifre su nivel de calidad en la incorporación de los idiomas o de las TIC, por ejemplo. No estaría de más que también incluyera la capacidad de plantearse los grandes y los cotidianos asuntos de la vida y que se reflexionara acerca de su alcance y su sentido. No basta con encogerse de hombros o con repetir tópicos titulares de prensa, ni siquiera hacerlo en varios idiomas y en formato digital.
            Escribía José Antonio Marina en cierta ocasión que filosofar es vivir de manera consciente, reflexiva y responsable. Por ello, añadía, necesitamos luchar contra la estúpida idea de que la filosofía no sirve para nada. Y concluía que esa supuesta inutilidad era un elogio envenenado que pretendía enaltecer nuestra actividad poniéndola a salvo de un torpe utilitarismo. Pienso lo mismo.
            Pero, ¿para qué estudiarla, entonces? Creo de veras que es un deber moral reivindicar la utilidad de la filosofía, su interés personal y social. Es el gran contraveneno contra elementos tóxicos diversos como el fanatismo, el dogmatismo, la superstición y la simpleza, entre otros. Desarrolla a su vez importantes antitoxinas mentales: la capacidad crítica, la autonomía, la visión de conjunto, la capacidad de hacerse preguntas inteligentes, la valentía de atreverse a buscar soluciones a esas preguntas.


A lo largo del tiempo he tenido que replantearme el contenido y el sentido de esta dedicación. Algunas veces, a la hora de programar y justificar los objetivos y la metodología de las asignaturas que me tocaba impartir. Otras de forma algo más inesperada e incluso abrupta. Recuerdo por ejemplo una ocasión en la que me encontraba explicando en clase la importancia de plantearse el proyecto de vida personal, y el sentido mismo de la propia vida. De pronto, al fondo de la clase, se alzó una mano:
–Y esto, ¿entra en el examen?
A pesar del desconcierto inicial, tuve reflejos para contestar:
–Claro. Por supuesto.
A lo que el muchacho reaccionó incorporándose en la silla y disponiéndose a tomar apuntes. Afortunadamente…
            Es evidente que plantearse el sentido de la propia vida, o de la vida humana en general, no es cosa que se resuelva contestando a una prueba de examen al uso. Más allá de la “salida de emergencia” relatada, Sócrates sugería algo muy juicioso cuando afirmaba que una vida sin examen, sin reflexión, no merecía la pena ser vivida.
            Me viene a la memoria una de mis primeras experiencias como docente. Acababa de aterrizar en mi primer destino, en una capital del norte de España. A los dos meses, por el mes de noviembre, me tocó conversar con una alumna, de 16 años, y le intentaba convencer de que luchara contra su adicción a una droga dura, a lo cual repuso:
          -¿Y para qué voy a dejarlo, si nadie me ha enseñado nunca nada mejor?
         Es verdad que la única respuesta posible no es la que tal vez pueda buscarse en los libros de filosofía. Pero también lo es que quien desee comprender y ayudar a un joven que mastica su desencanto se encuentra haciendo filosofía sin saberlo. No sería bueno que nuestra sociedad les dejara sin la capacidad de hacerse grandes preguntas y de buscar y hallar las respuestas.  A. J.




jueves, 23 de junio de 2016


PRESENTACIÓN

FORUNIVER, Foro Universitario de Verano, es una Escuela de valores humanos que pretende suscitar el encuentro con los valores de sentido –los que pueden llenar el corazón humano-. Se ofrece de nuevo como un ámbito de encuentro y de amistad en el que se dan cita profesores, alumnos y profesionales de diferentes campos para reflexionar juntos sobre un tema esencial:
SHAKESPEARE Y CERVANTES ANTE EL DRAMA HUMANO
Shakespeare escudriñó con crudeza los escondrijos del alma, lo sublime y lo oscuro, La inocencia y las tentaciones, la codicia, las contradicciones, la complejidad y el laberinto de las pasiones humanas. Su fascinación por el amor, la venganza, la envidia, la codicia, la intriga y la traición han hecho ver el corazón humano bajo el imperio del pecado, pero también manifiestan su ansia incurable de felicidad, que en esta vida no se alcanza más que de manera fugaz.
La frase de Hamlet "ser o no ser: esa es la cuestión" es conocida en todos los rincones del mundo como el dilema ante la injusticia que domina la existencia del ser humano. En un momento de desesperación e incertidumbre el príncipe danés exclama con dolor: "Morir…, dormir… ¿quién aguantaría los ultrajes y desdenes del mundo, la injuria del opresor, la afrenta del soberbio, las congojas del amor desairado, las tardanzas de la justicia, las insolencias del poder y las vejaciones que el paciente mérito recibe del hombre indigno, cuando uno mismo podría procurar su reposo con un simple puñal?". Ante el triunfo de la sinrazón la tentación es el suicidio… o la locura.
Lo curioso fue que los sufrimientos descritos por Hamlet no los padeció el Bardo de Avon, quien tuvo una vida relativamente cómoda, sino Miguel de Cervantes, que peleó en la guerra como soldado, luchó en Lepanto donde quedó inútil de su mano izquierda y permaneció cinco años cautivo en Argel, prisionero de los piratas argelinos. De vuelta en España y a falta del esperado reconocimiento, ejerció entre penurias como recaudador. Pero al quebrar el banco donde depositaba las cobranzas, fue metido preso en la cárcel de Sevilla donde hubo de sobrevivir junto con la suciedad, el infortunio y el tedio. Mas no con la amargura.
En la cárcel sevillana luce una placa que reza: "En el recinto de esta casa, antes cárcel real, estuvo preso Miguel de Cervantes Saavedra, y aquí se engendró para el asombro y la delicia del mundo El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.” La luz se abrió paso entre las tinieblas y los sinsabores.
El preso llevaba semanas con una idea en la cabeza, con una historia. Con un mundo de historias, más bien. Tenía que llevarlo al papel o se volvería loco. Loco…
¿Es posible combatir frente a un mundo cruel en el que triunfa la codicia, donde los pícaros de la más alta y la más baja estofa se ríen de la virtud, la dignidad humana y la justicia?, ¿con qué armas y convicciones?, ¿es aún posible la verdad y un amor  honesto?... ‘En un lugar de la Mancha…' empezó con decisión, y con decisión siguió un par de horas hasta que se le acabó la tinta y el sol dejó de iluminar. Las ideas iban cobrando forma, brotaban las historias y ocurrencias, las aventuras, las reflexiones… Un sorprendente e ingenioso sentido del humor y una honda mirada cristiana, dieron calado y figura al prodigio, frontera entre dos épocas.
No es mucho lo que la historia nos dice de William Shakespeare y de Miguel de Cervantes, pero de ambos brota una mirada interrogante y luminosa acerca de lo humano permanente, sus luces y sus sombras, sus miserias y sus grandezas. Con diferente acento, la paradoja y el drama de la humana condición se ponen de manifiesto ante nuestros ojos, cuatro siglos después pero sin haber envejecido. Somos nosotros mismos: vértigo y éxtasis, ridículo y heroísmo, ideal y torpeza, desengaño y esperanza, sed de sentido.


martes, 17 de mayo de 2016

FILOSOFÍA Y EDUCACIÓN

FILOSOFÍA Y EDUCACIÓN
         Andrés Jiménez Abad
Catedrático de Filosofía del IES BASOKO. Pamplona.

Mesa Redonda:
 “¿Qué podemos hacer hoy con la filosofía?”
PRESENTACIÓN DE LA ASOCIACIÓN NAVARRA DE FILOSOFIA (ANAFIE)
Pamplona, 17 de marzo de 2016.
  

Muy buenas tardes, arratsaldeon.

Se me ha encomendado hablar de Filosofía y Educación, y estaba tentado de añadir: “valga la redundancia”, porque parto de la convicción de que la sabiduría -el querer saber que es propio de la filosofía- está en el corazón de la Paideia.

Educar, sostenía ya Platón siguiendo en esto el ejemplo de Sócrates, es introducir en la realidad, a diferencia de lo que sostenían los sofistas, para quienes la educación consistía en el acopio de conocimientos, algo así como una “educación de supermercado” en la que uno coge los conocimientos y los datos que le interesan y se los lleva en su carrito, en su acervo, incluso pagando por ello. Algo de eso tiene, por ejemplo la actual “titulitis” que hoy padecemos en los ámbitos académicos y que llamamos también “hacer currículum”.

No podemos ignorar que vivimos en un tiempo de desorientación acerca de lo esencial. Decía Einstein que “vivimos en una época de medios perfectos y de metas confusas”. Pero cuando los medios no se sabe para qué sirven dejan de ser medios, y se convierten en hechos sin sentido. Séneca escribía que “cuando el marinero no sabe a dónde de va, todos los vientos le son contrarios”. Y decía Ortega y Gasset que “hoy lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa”.

Sostenía Platón, por el contrario, que la educación -o el cultivo de la filosofía, si se quiere- consiste en “aprender a mirar”, es decir, en dirigir nuestra capacidad de comprensión hacia lo verdaderamente importante, a la verdad y no a la apariencia, al bien y no simplemente a lo que atrae, a la belleza que es el esplendor de lo real. Y aludimos aquí al ámbito de los fines de la vida.

La enseñanza o el cultivo de la filosofía consiste también, añado, en “educar para el asombro”: en reconocer, en lo real que nos circunda y nos constituye, algo que nos sorprende y nos supera, que nos es dado de algún modo, que no hemos fabricado a capricho y que por lo tanto no debemos ni podemos manipular a nuestro antojo sin dramáticas consecuencias.
Sin esa mirada capaz de contemplar y de asombrarse, todo se vuelve banal; al acontecimiento maravilloso se le llama “casualidad” o simplemente se ignora, y se pierde además la virtud del agradecimiento. Con una mirada tan miope -incapaz para el asombro- no es posible tampoco captar la belleza moral e interior de las personas ni conocerse a uno mismo, que es desde el principio una de las tareas esenciales de la filosofía.

El asombro nos hace humildes, modera nuestras pretensiones de autosuficiencia; la  capacidad de asombro y de admiración profunda genera algo tan esencial como el respeto. Es el sentido del asombro lo que hace que se contemple la realidad con humildad, agradecimiento, deferencia, sentido del misterio y admiración.

*        *        *
La filosofía y su enseñanza o cultivo es un viaje al interior del ser humano (“conócete a ti mismo”) y una búsqueda del sentido de lo real y de la vida. El viejo aforismo de Delfos nunca ha dejado de cautivarnos. Kant lo expresaba casi 25 siglos más tarde a través de cuatro conocidas preguntas: “¿Qué puedo saber?, ¿qué debo hacer?, ¿qué me cabe esperar? En suma, ¿qué es el hombre?”.

Pero estudiar filosofía, “querer saber”, “atreverse a pensar”, no es una tarea penosa e inabarcable, sólo reservada a sesudos especialistas, a mentes enrevesadas o a excéntricos cultivadores de la abstracción (y ya sé que esta es la percepción que muchos tienen hoy de ella).

Es, por el contrario, participar en una gozosa experiencia, accesible a quienes sean capaces de contemplar y de admirarse. Sin olvidar que también hay una dimensión práctica, orientada al cultivo personal y a la transformación creativa y constructiva del mundo.

Estamos hablando de una inquietud intelectual y moral (saber mirar la realidad de modo penetrante -desde la propia experiencia- suscitando preguntas que merezca la pena plantearse) que debemos convertir en nuestras aulas, a través de nuestra labor docente, en una actitud vital gratificante, frente a la mirada tantas veces tediosa y conformista de muchos jóvenes –“¡que no queremos pensar!…”-, o amargada en no pocos “viejos adultos” que se dicen “de vuelta de todo”. Ocurre que “pensar” es una primera forma de “compromiso con lo real”. Pero algún os rehúyen toda forma de compromiso, bien por inmadurez, bien por miedo, bien por comodidad.

La filosofía en la Educación (secundaria)

El lugar de la filosofía en la Educación Secundaria, el Bachillerato e incluso en los estudios superiores, se corresponde con el acercamiento reflexivo a las principales preguntas que se hace el ser humano. Piaget decía que la juventud es la “edad metafísica por excelencia”:
-         A los jóvenes les gusta “tener ideas propias” (es bueno que estas ideas, además, merezcan de verdad la pena).
-         Adolescencia y juventud son el momento evolutivo en que las personas empezamos a tener conciencia de la propia identidad e intimidad.
-         Se despierta una visión más critica -a menudo radical- de la realidad y de la vida (persona y social). Es el momento en que algunas palabras se convierten en ideas, e incluso en ideales: libertad, paz, justicia, igualdad, verdad, amor, amistad, sentido…
        
         Se trata de no renunciar a pensar sino de empezar a pensar por sí mismo. Si no se piensa, no se decide y no se actúa por uno mismo, acaba ocurriendo que son otros los que piensan, deciden y actúan en lugar de uno mismo. Pero pensar (por ejemplo en la descripción de un fenómeno psicológico, de una norma de conducta, o en la comprensión de lo que es y no es la libertad…) es mucho más que sentir u opinar. Requiere rigor,  método y esfuerzo.
         Por todo ello, la asignatura de Filosofía puede considerarse “algo más que una asignatura”.

Filosofía… ¿de la educación?
         Volvamos a nuestro punto de partida. Comparto con García Hoz que hoy la educación corre el riesgo de convertirse en una suma de actividades y de aprendizajes inconexos que, en lugar de integrar a la persona, la desintegran y oscurecen además el horizonte de la vida, debilitando la capacidad de orientarla en medio de una multitud de solicitaciones.
         Una vida cultivada (“paideia”) no es un conglomerado de actividades diversas, sino una energía unificadora y creativa, fecunda, capaz de afrontar la realidad y de aportarle incremento.
         Convertir esta energía en la formulación y la realización de un proyecto personal de vida es seguramente el papel más importante que la filosofía puede llevar a cabo en el ámbito de la educación.
        Muchas gracias.